Durante los últimos veinte años de su vida, Antoni Ros añadió a su condición de traginer, coleccionista y realizador cinematográfico la vertiente artística propia del ejercicio de la escultura. Su obra, concentrada en esta sala, pero al mismo tiempo presente en muchos rincones del museo, presenta un talante que le otorga un marcado sentido propio: Antoni Ros escultor no buscaba un ideal de belleza, sino que luchaba por expresar la fuerza sublime del sentimiento que lo envolvía para compartir el placer que encontraba en las formas reposadas y los colores agradecidos, como respuesta sincera, vital y en ocasiones descarnada frente a la necesidad de una llamada interior.
El visitante puede observar sin duda, como la dureza del metal se combina con la calidez de la piel y la firme huella de la madera dentro de un marco cosmogónico incapaz de evaporarse.
Antoni Ros escultor se muestra como defensor de sus recuerdos de infancia, sin los cuales se pierde toda una forma de entender unos oficios, unes relaciones, un sistema de vida. Y es bien conocido que quien pierde los orígenes, pierde la identidad.